Hadleyburg era un un pueblo que se jactaba de su honradez, que tenía como lema el piadoso “No nos dejes caer en la tentación” y que era conocido en toda la región por la bondad de sus gentes. Algunos en los pueblos vecinos interpretaban esa jactancia como vanidad, pero otros consideraban que si eran buena gente, era de ley reconocérselo. Un forastero, agraviado por un mal trato recibido durante una visita, planea una venganza y les tiende una trampa en la que está en juego una cantidad de dinero que al final todos lucharán por quedarse o al menos, repartirse. De manera que la honradez se fue al traste con el simple sonido de una bolsa de monedas de dudosa procedencia. Al principio, solo la señora Richards tiene un momento de lucidez: “¡Pero es el dinero de un jugador! El fruto de un pecado, no podríamos aceptarlo, no podríamos tocarlo”, dice la que es una de las protagonistas de esta historia.
“El hombre que corrompió a Hadleyburg” regresó a mí en un momento muy oportuno: aquél en el que Madrid y Barcelona se disputaban cual adolescentes en celo el proyecto de un megacasino que les ofrecía un millonario llamado Sheldon Adelson. Fue fácil encontrar el paralelismo entre nuestra historia y la inventada por Mark Twain en 1899 y ahora que ya sabemos que el magnate se va con su dinero a otra parte, el relato del escritor estadounidense se revela como una perfecta profecía. Pero nadie escarmienta en cabeza ajena y menos si es literaria.
Las dudas de las señora Richards
Cuando el libro cayó en mis manos, la noticia del día era que algunos terrenos del Baix Llobregat se habían vendido a un precio que multiplicaba por seis el que tenían solo unas semanas antes debido a la supuesta intención de Adelson de instalar su chiringuito en Barcelona. En un momento determinado, Cataluña, de cara a la galería, se puso tan digna como la señora Richards, pero de puertas para adentro empezó a pensar en cómo aprovechar la idea y no descontentar a sus parados y a sus pobres. Y se les ocurrió montar algo que se pareciera lo justo a Eurovegas pero no demasiado para no parecer lo mismo: el Barcelona World.
El conseller de Economía y Conocimiento, Andreu Mas-Colell, pedía a los catalanes “no obsesionarse” con el hecho de que el complejo contaría con seis casinos, porque solo era una entra las muchas ofertas que ocio que tendría y que nada tenía que ver con el proyecto de Eurovegas. Enrique Bañuelos, cabeza visible de la empresa que construirá el Barcelona World, ha declarado, contradiciendo cada vez más a la Generalitat, que espera una bajada de impuestos del juego para empezar con lo suyo. A esta idea no la llamaron megacasino y prefirieron llamarla macrocomplejo de turismo, ocio y juego. Pero al final, la sensación es que la lucidez duró poco o era una pose, pues al igual que le sucedió a la señora Richards, es probable que Cataluña también acabe enfangada hasta la axila.
Y Madrid fue nuestro Hadleyburg
Así que la pelota fue a parar a Madrid, donde las peticiones de Adelson salpicaron, no solo a las autoridades regionales, que llegaron a aprobar cambios en las leyes fiscales para contentar al inversor, sino también a las altas instancias del país. Empezó el goteo de peticiones sobre permitir fumar en sus locales, reducir a la mínima expresión el Estatuto del trabajador, la reducción de impuestos… La ministra de Sanidad, Ana Mato, llegó a asegurar que se buscarían “fórmulas” para que Eurovegas se pudiera instalar en la capital, en referencia a la petición del magnate de que se pudiera fumar en sus casinos. Como pasó en Hadleyburg, ninguna fuerza viva del país quedo fuera del influjo del forastero. Hasta el rey se reunió con él para hablar de la cosa.
Ningún estamento se salvó de la influencia hechicera de la sonora bolsa de monedas. Ni en Hadleyburg, ni en Madrid. Es cierto que ha habido gente que ha luchado para que no se construyera, otra que ha criticado que se planteara siquiera, y muchos ciudadanos han manifestado su temor a que la zona en la que se instalara se convirtiera en poco más que un burdel de lujo al margen de la ley. Pero han sido cientos, miles, desde los pies hasta la corona, los que han apoyado el proyecto porque generaría trabajo y dinero.
Y un día de repente, después de que una buena parte del país le haya bailado el agua durante dos años al millonario, nos despertamos y resulta que el forastero ha decidido irse con su abultada cartera a invertirla en otra parte donde le pongan menos pegas y las leyes sean más laxas. “Ah, criaturas simples, lo más débil de todo lo débil es una virtud que no ha pasado por la prueba de fuego”, les dice el extranjero que corrompió Hadleyburg en una carta final en la que explica su burla y que llevó a sus avergonzados habitantes a cambiar el lema de su comunidad por otro más humilde y más humano: “Déjanos caer en la tentación”.
Mark Twain, siempre hábil al apuntar y con un tino supino para el disparo, acabó el relato de la siguiente manera: “Ahora es un pueblo honrado otra vez, y tendrá que madrugar mucho el hombre que quiera volver a sorprenderlo dormitando”. Y en ese punto es donde estas dos historias se parecen menos.
Después de dos años, a muchos se les ha quedado cara de primos, que es una mezcla entre ser tonto y mezquino. Un rictus que no se borra y que más bien se acentúa, pues cada vez tengo más claro que con el paso de los años a todos se nos pone la cara que merecemos. Sólo hay que mirar al forastero.
Comentarios:
Añadir comentarioOle Cruz una vez más, ole y reole. L.
Estuve el año pasado traduciendo documentos para Eurovegas..Me alegro mucho que Adelson no haya podido crear su propio putifucio y casino mafioso en España. Me da pena por la gente que ha perdido dinero e ilusiones..Se le podría denunciar por incumplimiento de contrato por ilusiones creadas, dinero gastado, proyectos hechos..en fin..un desastre todo. A lo largo es mejor para España. What happens in Las Vegas should stay in las vegas..USA.