Hay una calle en Madrid donde los vecinos aprietan el paso y ningún negocio prospera. Es la calle de Antonio Grilo, un afluente de la de San Bernardo que da a parar al mercado de los Mostenses. Caminando por ella, a uno le asaltan los pensamientos más sombríos, como si una garra invisible nos oprimiera de pronto el corazón. Algo terrible, terrible sucedió en esta calle y ha quedado aleteando en ella desde entonces, esperando el momento preciso para volver a tomar forma.
En 1962, en el número 3 de esta calle, un sastre llamado José María Ruiz tomó un cuchillo y un martillo y asesinó a su mujer y a sus cinco hijos, cuyos cadáveres mostró luego a los vecinos desde el balcón del 3ºD. Después se pegó un tiro. Pero este no es el único crimen al que ha servido de escenario la ominosa parcela. Quien bucee en la hemeroteca encontrará todo tipo de atrocidades concentradas en ese mismo lugar, el número 3 de Antonio Grilo.
En 1945, por ejemplo, robaron y mataron a golpes a un camisero. Su cadáver fue descubierto en avanzado estado de descomposición. En 1964, dos años después de los asesinatos del sastre, una joven estranguló en la misma planta a su hijo recién nacido y lo guardó en un cajón de su cómoda.
También la calle ha sido testigo de numerosos accidentes (en 1913 un carro arrolló a un niño que iba en burro, en 1927 otro niño fue atropellado por un coche y lo mismo le pasó a un hombre el año siguiente), y fue en un bar de Antonio Grilo donde el asesino Jarabo paró para tomarse una cerveza la noche de sus crímenes.
Hay quien dice que el terreno en el que hoy se levanta el pavoroso edificio funcionó como cementerio del viejo convento de Santa Ana, que estuvo en pie hasta 1846 y que en tiempos aún más remotos fue un hospital, el Hospital de Convalecientes, pero ninguno de estos santos lugares explica el origen de la maldad que ha hecho del número 3 su morada; una fuerza tan potente que logró incluso que el edificio que le hacía sombra en la acera de enfrente fuera derribado en 2004.
Además, de las ventanas del siniestro inmueble cuelgan desde hace tiempo varias pancartas suplicando al ayuntamiento que cierre una discoteca ilegal que hay en uno de sus bajos, “The Hole”. “El edificio vibra entero”, se queja uno de los vecinos, “es imposible dormir aquí”, y por piedad no les recordamos qué otras voces podrían reptar por la escalera y deslizarse dentro de sus sueños.
Tal vez no sepan nada. Tal vez no sea nada…
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