– He observado que el look Bananarama en su época más “blanco y negro”, es muy emulado. Chupitas cortas y semitachueladas, crop tops y bien de sombreros y colgantes esotéricos.
– El helecho ha sustituido al ciervo como icono hipster.
– Se sigue hablando de Raquel Sánchez Silva y sus circunstancias, sean las que sean.
– La técnica del selfie se ha depurado muchísimo en estas últimas semanas. Me cuentan que en la Fashion Week hubo incluso una masterclass de selfie. Así, tal cual, una tía invitaba a los chicos a irse con sus cámaras a hacerse selfies, que después analizaban en una gran pantalla una a una, viendo puntos fuertes, errores, etc. Todo completamente en serio.
– Existen santuarios de peregrinación bloguera. Lugares como el patio de La Tita Rivera (calle Pérez Galdós, 4) donde el público (en un 97’2% femenino) se dedica a hacerse fotos, tuitear ideas, mirar con el rabillo del ojo a las demás, o lucir un pañuelo con más penica que gloria.
– Los colores del pelo se han vuelto artificiales, aunque ya apenas queda rastro de verdes, azules y violetas en los cabellos. Ahora se impone el naranja butano con la raíz bien distinta, e amarillo pollo e incluso el castaño muy ceniciento.
– Me da la impresión de que los conciertos están en horas bajas. Me refiero a conciertos en salas pequeñas, que están trasmutando a eventos con actuaciones, patrocinados por marcas (generalmente de alcohol) en lugares no habituales: librerías, tiendas de ropa e incluso ferreterías. Se estila mucho eso de cambiar la utilización de locales, que en Madrid tiene un carácter muy castellano siempre y muy de andar por casa.
– El nuevo Calippo (Frigo) sabor chicle lo está petando mazo.
– Latinoamérica va cobrando identidad en cuanto a cultura puntera. Algunos de los que llegaron y crecieron en los 90 de aquellas latitudes, han desarrollado sus capacidades artísticas colándose en el underground madrileño. Y ya se sabe que el principal patrimonio de Madrid son sus gentes, nunca oriundas, y siempre llenas de rabia e ilusión. Así, grafiteros de extrarradio, discjockeys de electrocumbia, o diseñadoras de rasgos andinos, dan a nuestra ciudad una identidad embriagadoramente cosmopolita.
– El buen tiempo propicia colores más vivos y los escaparates se llenan de amarillos y turquesas.
– El postureo se da en los bares de tapas, y el jueves es definitivamente el día para salir y lucirse. Pedro Vázquez, fundador de Viernes, afirma que no le gustan las terrazas de verano, porque se pierde el ambiente verdadero, el del interior. Como Pedro es un adalid de las tendencias, seguro que tiene su parte de lógica, aunque yo pienso seguir terraceando bajo el sol hasta septiembre.
– La barba y la bici continúan con la fuerza de los mares, contra toda lógica y pronóstico de los vaivenes de la moda. ¿Será la crisis?
– Es habitual ver gente paseando galgos de dos en dos. Se me escapan las razones, pero hay quienes llevan por las calles dos, cuatro o incluso seis galgos como si nada. Siempre en número par. Si es una moda, me alegro, porque muchos de estos animalitos son salvados de unas penosas condiciones y en Madrid se les ve bastante a gusto, la verdad.
– El calzado Birkenstock continúa en alza en la capital, y parece que la cosa va para largo. El maridaje zueco-calcetín, y sandalia-calcetín, además de cómodo y ergonómico, se postula como tendencia. Pues muy bien.
En Madrid las modas son modas, pero todo es muy Madrid en el fondo, y es calorrismo ilustrado; calidad, perfección, locura.
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