Madriz / Ideas y Entrevistas 8 de January 2018 Tweet · Share

España como material

David Bestué (Barcelona, 1980) inauguró en septiembre ROSI AMOR, exposición monográfica que puede verse en el Museo Reina Sofía hasta finales de febrero de 2018. Centrada en tres lugares –El Escorial, Vallecas y Las Tablas– el artista investiga forma, materia y lenguaje en relación a España, su imaginario y su idiosincrasia. Por Alba Baeza.

María Salgado: ¿Y cómo crees que recibirá tu operación sobre el “imaginario español” alguien que viva en la Península?
David Bestué: Hay una serie de artistas que trabajamos con España como material, como símbolo que ha de ser replanteado desde otra óptica. Se trata de reivindicar una serie de testimonios postergados o ignorados, que nos hablan de cómo el país no se sostiene por la política sino por otro magma, un barro emocional diverso. Creo que la derecha tiene una idea muy monolítica de España. Intentan desenredar la complejidad del territorio, alisar sus rugosidades. En pos de una supuesta eficiencia o fe en el futuro, promueven un proceso normalizador que considera lo particular y la diferencia como fallas.
(Texto extraído del folleto de sala de la exposición 'ROSI AMOR').

Empecemos por el título: ‘ROSI AMOR’. ¿De dónde surge?
Para hacer la exposición me he centrado en tres lugares: Las Tablas, Vallecas, y El Escorial. Muchos de los elementos que hay en la exposición, sobre todo Las Tablas y Vallecas, son el resultado de hacer unas excursiones por estas dos zonas. En unos casos recopilando una serie de objetos o muebles que vi por ahí, en otros casos tomando fotografías o llevando algunas formas y siluetas a la exposición. En uno de estos paseos por Vallecas vi una pintada que ponía ‘ROSI AMOR’. Quería traer el imaginario de un barrio a la sala del museo; ese impulso amoroso, ese graffiti que imagino escrito de noche, en un momento rápido, pasional, es algo que no podía traer a la exposición de forma física, de modo que decidí titularla así.
Pensé muchos títulos, pero ROSI AMOR se me quedó muy grabado cuando lo vi en la calle. La exposición también se hubiese podido llamar ‘Hora Baixa’, porque está muy relacionada con el crepúsculo, con el final del día.

El recorrido de la exposición está construido en torno a esos tres lugares: dos barrios madrileños, y el monasterio del Escorial. ¿De dónde viene esa elección?
Viene de un trabajo anterior que hice, ‘Historia de la fuerza’ (publicado en 2017), que es una investigación sobre la ingeniería española. Viajé bastante por el país, y tenía que incluir el Escorial, pues es una construcción muy importante a nivel técnico, por el trabajo con la piedra. El Escorial me sorprendió mucho; podría decirse que es como la piedra Roseta de España, porque resume el pensamiento estético y moral de Felipe II y una cierta idiosincrasia española: esa idea de la austeridad, la fuerza, el catolicismo… no es extraño que el franquismo utilizara el estilo del Escorial para hacer sus edificios, sus ministerios, y demás. Es como si fuera el origen de un imaginario español, con el añadido de que están todos los reyes enterrados allí. Es tan firme, tan pesado, tan granítico. Es inquietante.
Cuando seguía con la investigación de la ingeniería, fui a Las Tablas y Sanchinarro, porque quería visitar la sede de Telefónica y unos puentes de Juan José Arenas; quería ver varias obras recientes de ingeniería que se estaban construyendo en España. Al ir a Las Tablas y a Sanchinarro tuve una sensación un poco parecida a la del Escorial: hay un paralelismo, no directo, pero sí una idea de un poder añejo, que está reflejado en el Escorial pero también en la sede de Telefónica o del BBVA, en El Corte Inglés. Estos edificios configuran un poder económico, pero también político, un poder que reside en el norte de Madrid. Quería trabajar sobre este tema, así que decidí que este sería el segundo lugar: el Escorial, el pasado; y Las Tablas, el presente. El tercer espacio, Vallecas, es un contrapunto más cálido a los dos anteriores. Vallecas me ha interesado desde el principio, en parte por el escultor Alberto, que es un referente de una forma de trabajar con lo real.

Precisamente escribí hace poco un texto sobre su obra “El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella”…
Sí, Alberto es una figura que está siendo recuperada por muchos artistas. Alberto era panadero, en sus escritos habla de que recorre Vallecas y de pronto ve algo –una liebre, un pájaro, una mujer– y de cómo lo intenta llevar a la escultura. Son textos muy sentidos. En un momento en que muchos artistas se iban a París, en los años 1920-30, él intenta registrar el paisaje manchego de Vallecas y reivindica lugares que no han sido todavía escritos, pintados o esculpidos. Creo que es muy importante dar visibilidad a cosas que pasan en el propio entorno. Vallecas representa lo orgánico, la química de Madrid. El Escorial o Las Tablas no son maleables, pero un barrio popular como Vallecas sí; es barroso, es tierra, para Alberto por ejemplo es donde crece el trigo, de donde sale el yeso, el adobe. Si en norte representa el poder, el sur de Madrid es lírico, te permite fabular.

¿Cómo relacionas la experiencia de los lugares que visitas con la disposición de las obras en las distintas salas de esta exposición?
En la primera sala quería hacer que la entrada fuera un poco fría. Es la sala de Las Tablas Sanchinarro y hay piezas realizadas con trabajo por ordenador y corte láser, replicando una estética que se está generando en ese barrio. En principio tenían que ser relojes; la idea del tiempo es importante en la exposición, un tiempo crepuscular. Al final son péndulos que marcan un presente continuo.
La segunda sala es más grande y más cálida, es Vallecas. Compré una serie de muebles y objetos en el sur de Madrid, de manera que la sala podría ser un interior doméstico. Hice moldes de silicona a partir de esos objetos y rellené esos moldes con otros materiales de diferentes procedencias. Los muebles no son de madera o de plástico, son de materiales de diferentes procedencias: la sal, el ajo, un ciprés.
Estas dos salas están en la primera planta del museo. La última sala está en el sótano y es El Escorial; me gustaba la idea del subsuelo, del pasado. En esa sala hay elementos de diferentes épocas encontrados en anticuarios y en internet: hay desde una cerámica romana hasta un capitel gótico, una columna salomónica barroca. Y hay un mecanismo de reloj que pone esos elementos en movimiento.
En síntesis, la primera sala es pura forma, no hay materia –Las Tablas–; en la segunda sala trabajo con la materia en sí –Vallecas–; y abajo, trabajo con objetos, ruinas y elementos del pasado –El Escorial–.

En “Poemas de resina” pulverizas algunos objetos que encuentras y los mezclas con resina para darles una forma nueva. ¿Podrías explicarme más sobre este proceso?
Como escultor, es un poco raro, porque en vez de crear, para hacer estos objetos de resina tenía que destruir algo antes. Esto viene de una investigación sobre el lenguaje, de ahí que se llamen “Poemas de resina”. Por ejemplo: un cubo de fregar hecho de ciprés, con un asa que es una curva de un camino. El ciprés es una figura recurrente en la poesía castellana; la curva del camino se convierte en el asa. Después de dejarlas secar al sol, pulverizo las ramas de ciprés con un mortero; las piedras del camino se pulverizan con una taladradora. En ese proceso de transformación, ordeno una serie de materiales como si fueran palabras. Quería traer lugares a esta sala, traer estados físicos, emociones, elementos de múltiples procedencias. Decidí que la apariencia de esos materiales sería próxima; como un interior doméstico de Vallecas. Me interesaba trabajar esa contraposición: que un cubo para fregar sea un paisaje castellano –un ciprés y un camino–; que una mesa sean los Monegros; que un banco sea una playa.

Comentabas también que la tensión entre la forma y la materia es un interés recurrente en tu trabajo. ¿Cómo dirías que conecta con algunos de tus proyectos anteriores?
Pues un crítico madrileño, Juan Francisco Reyes, fue a ver la exposición al Reina y escribió que parece muy formalista, pero que realmente era anti-formalista. Y tiene toda la razón. He hecho una exposición en la que recopilo una serie de formas, no las creo. Para mí lo importante no es tanto la forma, sino la materia. En Barcelona, hice una exposición en Half House con Julia Spínola en la que ya trabajé con elementos de resina, y ya tenía claro que quería trabajar con el material como si fuera una palabra. Lo que es una palabra, es decir, significante-significado, podía traducirse en forma-materia. Este aspecto lo he desarrollado mucho más en esta exposición. Anteriormente he hecho piezas con elementos de diferentes épocas, y eso también está en esta exposición. Lo que quizá no había hecho tanto antes es jugar con el corte láser o con técnicas más actuales, que es lo que me interesa explorar a partir de ahora: buscar la identidad de estos nuevos materiales y estas técnicas contemporáneas.

También has traído poetas. La literatura y la novela son referentes importantes en tu trabajo, ¿cómo están traducidos en esta exposición?
De entrada, el folleto de sala es una conversación con la poeta María Salgado. Estamos en una época en la que la idea de España ha fracasado, tanto a nivel económico como sentimental; a nuestra generación le cuesta establecer vínculos emocionales con una cierta idea de país. Cuando hice el trabajo de la ingeniería recorrí varias ciudades de España, y tuve ocasión de ver muchos de esos barrios de nueva construcción que se han erigido rápidamente en las capitales de provincia. Creo que ha habido una incapacidad a la hora de construir un imaginario de país. Por eso también nos interesa Alberto, y posiblemente por eso algunos artistas giran hoy la mirada hacia la República en búsqueda de otros imaginarios y otros referentes. En mi caso, me gusta mucho bucear en la poesía española, que es el sustrato emocional del país. Si quieres saber cómo era la gente en el siglo XVI, por supuesto tienes que ir al Escorial, pero también hay que leer a Góngora. Sobre las primeras décadas del siglo XX, hay que leer a Antonio Machado, a Lorca, a Cernuda, a muchos otros. Alberto o María Zambrano son muy importantes en esta exposición; hay que rescatarlos del pasado y reivindicarlos, porque representan lo que se ha perdido. ¿Por qué esta obsesión por España? Durante estos últimos años la he recorrido mucho y he visto un país un poco deprimido. Además de mi propia experiencia, trabajar ese imaginario español es relevante precisamente en este contexto, en el Reina Sofía. La exposición establece un diálogo con los poetas, pero también con lo que hay en el Museo, con la Escuela de Vallecas. Hay una vertiente muy castellana, pero hay también referentes muy catalanes: las esculturas de bronce de Miró, los trabajos con moldes de Gaudí, la idea de objeto de Brossa, la idea de material de Tàpies.

Además de las tres salas de la exposición, hay otro elemento en el exterior. ¿Qué pasa a medianoche, en una de las fachadas del Museo?
Hay un elemento arquitectónico añadido, visible, y cada noche a medianoche esa pieza de abre y deja ver algo en su interior que no voy a desvelar… dura apenas un minuto. Quería incluir una pieza que sólo existiera un minuto, que sólo fuera visible en el cambio del día, casi como una campanada.

Si no se puede contar, habrá que ir a verlo. Y tras esta exposición, ¿en qué estás trabajando?
Estoy en un momento de escritura, de texto y de investigación. Estoy preparando un libro sobre los arquitectos catalanes Viaplana y Piñón. Por otro lado, quiero seguir investigando la relación entre lenguaje y objeto, y estoy trabajando sobre Mario Montalbetti, un lingüista y poeta peruano.