Madriz / Ideas y Entrevistas 18 de April 2017 por Nicola Mariani Tweet · Share

Imágenes, poder, realidad y ficción

Daniel Mayrit investiga en sus obras las relaciones entre poder e imagen y realidad y ficción, siempre desde un punto de vista crítico y, en ocasiones, irónico. Actualmente forma parte de la subcomisión encargada de elaborar un Estatuto del Creador que, de salir adelante, podría suponer un paso  decisivo para acabar con la precariedad en el mundo del arte.

"La imagen al final es como un martillo. Lo puedes utilizar para construir una casa, pero también para destrozarla". Con esta metáfora el artista madrileño Daniel Mayrit (1985) describe, en la entrevista que presentamos a continuación, el carácter artificial y arbitrario que, en su opinión, toda imagen encierra en la actualidad.

La de Mayrit es una voz crítica y contracorriente. Una voz irónica y estimulante, que - en proyectos como "Imágenes autorizadas" o "You Haven't Seen Their Faces" entre otros - desvela la naturaleza intencional de las imágenes, explorando esa zona gris, ambigua y polisémica, en la que la realidad y la ficción se mezclan cada vez más.

En una época en la que se habla con insistencia de postverdad, según este artista la imagen constituye hoy en día una "unidad comunicativa básica", cada vez menos representativa del mundo y cada vez más funcional a la construcción de los discursos dominantes y a la consolidación de las relaciones de poder. En este sentido, la tarea de su labor artística consiste en "mostrar que el mundo puede ser de otra manera, que 'la verdad' que nos cuentan los medios, la política o incluso el arte, es una entre muchas posibles y responde a unos intereses determinados".

Hablamos con Daniel de algunos de sus proyectos artísticos y otros temas, como la función de la imagen en la sociedad actual; su participación en el grupo de trabajo para la creación del Estatuto del Artista en el seno de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados; la situación laboral de los artistas en España o si el arte puede o no cambiar el mundo…

Cuando pienso en tu trabajo siempre me acuerdo de unas palabras de Joan Fontcuberta que leí hace unos años. Pongo aquí la cita textual: "Mientras consideremos que una fotografía vale más que mil palabras y esas pamplinas, en el fondo seremos prisioneros de una supuesta superioridad de la imagen que en realidad no es tal, y que nos deja a expensas de una ingenuidad absoluta en relación a la administración de sentido en la fotografía" (Joan Fontcuberta habla con Cristina Zelich, p. 29). De hecho, yo diría que un tema recurrente en tus proyectos es precisamente la denuncia del carácter artificial de la imagen y de la arbitrariedad de su significado. ¿Cuál es, en tu opinión, la función de la imagen en la sociedad de hoy?
Estoy muy de acuerdo con la cita que mencionas. Yo no la conocía viniendo de Fontcuberta, pero es algo que en la universidad en Londres nos repetían constantemente. Sin embargo, es difícil responder a esa pregunta en un momento como el actual, en el que precisamente el rol de la imagen está en pleno proceso de cambio. Es obvio que hemos dejado atrás hace mucho el modelo de imagen exclusivamente como representación del mundo, y parece que la importancia de ésta viene virando desde hace ya tiempo hacia su faceta más comunicativa. Probablemente ésta sea la manera en la que se usa cada vez más, como unidad comunicativa básica, pero eso no quiere decir que mañana no cobre un rumbo completamente diferente...

¿Crees que la democratización del acceso a la creación y fruición de las imágenes que estamos viviendo hoy en día (gracias, en particular, a la difusión de las herramientas digitales y las redes sociales) nos está ayudando a ser más conscientes y, en definitiva, más libres?
Es un arma de doble filo. Como la mayoría de cosas en la vida, podemos utilizar la imagen de una manera emancipadora si sabemos cómo hacerlo, pero corremos el riesgo de acabar haciendo todo lo contrario si solamente nos quedamos en la superficie. Por ejemplo el selfie, como fenómeno en su conjunto, puede estudiarse desde una óptica post-marxista y entenderlo como una herramienta que nos permite, por primera vez en la historia, autorrepresentarnos y dar una imagen de nosotros mismos que no está producida y mediada por quienes tradicionalmente han tenido el monopolio de la imagen (prensa, cine, publicidad...). Pero al mismo tiempo hay que ser consciente de que es un invento de corte neoliberal, un eslabón más en el aislamiento individual, con el que, además, no paramos de producir big data, alimentando sin quererlo el llamado capitalismo afectivo o social. La imagen al final es como un martillo. Lo puedes utilizar para construir una casa, pero también para destrozarla.

En uno de tus proyectos más recientes – "Imágenes autorizadas" (que está disponible también en formato de publicación) - abordas explícitamente el tema de la relación entre la imagen y el poder de las instituciones. ¿Nos puedes hablar un poco de este trabajo?
Podríamos decir que es una reflexión visual crítica acerca de la famosa Ley Mordaza. Dicha ley es, como apuntas, el ejemplo práctico más claro de esa relación entre la imagen y el poder. Más allá de reflexiones filosóficas, esa relación se traduce ahora en un párrafo de cuatro líneas que prohíbe explícitamente utilizar imágenes de la policía. El trabajo en sí es un intento de poner en evidencia la inutilidad de dicha ley, de llevarla hasta el extremo en busca de un ridículo que, con cierto sentido del humor, la desmonte visualmente para que caiga por su propio peso. Se trata de buscar esas grietas por las que el poder hace aguas y que permiten que podamos sacudir un poco sus cimientos.

Antiguamente el poder utilizaba la imagen sobre todo para auto celebrarse y generar respeto, consenso o sumisión al status quo. Pienso, por ejemplo, en la función social que tienen, en la pintura, los grandes retratos de papas, monarcas, nobles etc. Hoy en día, en cambio, tengo la sensación de que, como muy bien evidencias en otro proyecto – "You Haven't Seen Their Faces"–, a pesar de vivir en la época del "Homo Videns" (como lo llama Sartori), el poder quiera estar cada vez más oculto. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo surgió dicho proyecto y en qué consiste exactamente?
Efectivamente. Un poco en la línea con el caso anterior, en el que un gobierno mediante una ley prohíbe explícitamente la existencia de imágenes, también existe otro acuerdo, en este caso más tácito, como una regla no escrita, por la cual se decide que no se representa al poder. Al verdadero poder, no a los políticos de turno, ni a los dos o tres banqueros estrella, sino a los que mueven los hilos de verdad.

Hay una ausencia de imagen deliberada cuando se trata de la representación de estas personas que mueven las grandes fortunas, corporaciones, etc. Antiguamente, como dices, el poder residía en la exhibición del mismo. Uno era poderoso porque todo el mundo te reconocía como tal. Eso en cierta manera sigue vigente, pero existe una esfera de poder por encima de ella que probablemente sea mucho más poderosa, porque precisamente vive en un completo anonimato, lejos de las cámaras y del escrutinio público. Por eso cuando hace unos años aquí se hablaba tanto de la troika, de las agencias de calificación, de los hedge funds... sí, pero... ¿quién es la troika? ¿Contra quién exactamente diriges tu ira y tu indignación? ¿Cómo les reconocemos por la calle?

En ese sentido "You Haven't Seen Their Faces" es un proyecto fotográfico que intenta llenar ese vacío de representación y que pone cara, nombre y apellidos a las 100 personas más poderosas de la City de Londres, que es el epicentro financiero de Europa y donde, podríamos decir, reside hoy en día el poder.

¿Crees que es todavía posible distinguir entre la ficción y la realidad, o vivimos en una época en la que estas dos categorías ya no tienen sentido?
¿Acaso alguna vez lo han tenido? Me hace mucha gracia cada vez que escucho, desde hace un tiempo, aquello de la “postverdad” para describir el tiempo político actual. Obviamente es una palabra destinada a legitimar todo lo anterior, como si antes de la era Trump hubiéramos vivido en la era de la verdad absoluta. Nada más lejos de la realidad. Hace 15 años, sin ir más lejos, se empezó una guerra y una invasión de un país en base a un puñado de mentiras que además todo el mundo parecía intuir que eran mentira. Hablar de una diferencia entre realidad y ficción implica que hay un orden válido y absoluto y otra construcción de la realidad (la ficción) que queda fuera de ese orden. Pero eso no es más que una consolidación de una hegemonía cultural dominante, que es absolutamente arbitraria y tan sólo una posibilidad entre las muchas existentes. Ahí es donde tiene sentido precisamente la ficción -la que a mí me interesa-, en la construcción de discursos alternativos, de un baremo de lo que es el sentido común diferente, que pueda desplazar a esa hegemonía dominante y mostrar que el mundo puede ser de otra manera, que “la verdad” que nos cuentan los medios, la política o incluso el arte, es una entre muchas posibles y responde a unos intereses determinados. No es necesariamente la mejor y ni mucho menos la única verdad.

¿Te consideras un artista comprometido?
No sé si “comprometido” es la palabra que yo usaría, pero en todo caso antes diría un “ciudadano” comprometido.

Actualmente estás trabajando en la elaboración de un informe para la subcomisión que se ha creado, en el seno de la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, para la creación del Estatuto del Artista. ¿En qué consiste este proyecto?
Bueno, no es que esté trabajando yo, somos todo un equipo de personas los que estamos con ello en la Comisión de Cultura desde el grupo parlamentario de Unidos Podemos. Hace unos meses, a propuesta de este grupo y a través de su portavoz de Cultura, Eduardo Maura, se propuso la formación de una subcomisión para la elaboración de un estatuto del artista y que, por primera vez en la historia de este país, pasó el trámite de ser aprobada. Esa subcomisión se ha constituido formalmente hace unas semanas y su trabajo durará aproximadamente un año. Durante ese tiempo se invitará a una serie de expertos a hablar en el Congreso ante los miembros de los diferentes partidos y habrá una serie de deliberaciones y negociaciones. Al final del proceso la subcomisión elaborará un informe a partir de todas esas comparecencias que, en el mejor de los casos, será la base para una futura ley que regule dicho estatuto. Lo cual sería algo novedoso en España (aunque largamente reclamado por el sector de la cultura) pero es algo que existe en bastantes países europeos. Esperemos que el gobierno no lo acabe metiendo en un cajón como ha ocurrido otras veces...

¿Para cuándo se prevé la entrega del informe? ¿Puedes adelantarnos algo de su contenido?
En principio para la primavera de 2018, pero su contenido dependerá obviamente de las comparecencias de los y las expertas, que a día de hoy aún no han comenzado. Es difícil adelantar cómo va a ser el informe, porque desde el principio va a ser una negociación difícil. Por ejemplo, el gobierno en su plan de cultura para esta legislatura, presentado recientemente, se refiere a dicho estatuto como “estatuto del creador”, mientras que nosotros hemos apostado desde el principio por que sea un “estatuto del artista y de los/las trabajadores de la cultura”. Al fin y al cabo la cultura es un sector amplísimo y muchas veces las mismas situaciones afectan por igual a artistas, técnicos/as, gestores/as, etc. Veremos cómo se desarrolla, pero como decía antes, es un buen comienzo.

¿Se puede vivir del arte hoy en día en España?
Yo suelo ser optimista en todos los aspectos de la vida, así que te diría que sí. Sin embargo, el último informe sobre esta cuestión, publicado por la Fundación Antonio de Nebrija, “La Actividad Económica de los/las Artistas en España”, invita a pensar todo lo contrario. Los datos, obtenidos en base a un espectro muy amplio de encuestados, son demoledores: el 60% de los artistas de España gana menos de 10.000 euros al año, es decir, menos del salario mínimo. Y aún así, sólo el 14% del total afirman poder vivir de lo que hacen, el 86% restante tiene que recurrir a otros empleos o fuentes de ingresos para poder llegar -si es que lo hacen- a final de mes. Se dice pronto, pero es un 86% de artistas que no pueden vivir de su trabajo... Ese porcentaje sería impensable si hablásemos de cualquier otra profesión o si miramos a la situación de los artistas en países como Francia, Reino Unido o Estados Unidos. El Estatuto del Artista es un primer paso, pero este país necesita urgentemente un modelo cultural a largo plazo que sea sostenible y no parches que vayan apañando cosas aquí y allá.

¿El arte puede (o debe) cambiar el mundo?
Siempre lo ha hecho. Pero como decía al principio, vivimos en un tiempo difícil, de cambio constante, y el arte también está envuelto en sus propios cambios. Tradicionalmente dos de las funciones más importantes del arte han sido dotar de sentido a lo existente (ya sea sentido espiritual, poético, crítico...) y construir imaginarios de lo posible, de lo que no es pero podría ser. La misión de los y las artistas era, entre otras, ir un paso por delante de la sociedad en ese deseo de seguir avanzando. Creo que eso en cierta medida ha cambiado, debido a la reciente pero constante aceleración del desarrollo tecnológico, sobre todo en el campo de la imagen, y a la popularización de las herramientas de producción.

Digamos que hasta hace una o dos décadas los artistas dibujaban el camino y el resto de la sociedad lo seguía. Hoy sin embargo cualquier persona puede imaginar y dibujar esos caminos, porque mucha gente tiene acceso a las tecnologías que los hacen posibles y sabe manejarlas igual de bien o mejor que cualquier artista. Hoy en día las cosas más interesantes, desde mi punto de vista, al menos en el terreno de la imagen, están ocurriendo en la esfera de lo amateur y lo popular. Por primera vez somos los y las artistas quienes vamos a remolque.

Esto no es necesariamente algo malo, la función del arte de interpretar y proponer sigue intacta, pero su centro de gravedad se ha desplazado. Aquel eslogan de “otro mundo es posible” sigue siendo absolutamente cierto, sí, pero para que se haga realidad alguien tiene que imaginárselo primero.