Madriz / Pantalla 18 de May 2018 Tweet · Share
Paulino Viota

Mayo del 70

Una celebración de Mayo del 68 con una película de mayo del 70, Contactos piedra angular del cine independiente español y su compromiso político y artístico.

Mi primera opción para recordar esta fecha era Una vez al año ser hippie no hace daño (1969), la comedia de Javier Aguirre, panorámica de los movimientos sociales de los años sesenta aplicados a la coyuntura española; es decir, tal como nos gusta entender aquí las cosas, en clave de farsa chusca y sin pensar mucho. Pero como la película es muy conocida, (¿No conocen a los Jipiloyas? No puede ser…), he decidido escoger esta otra, de mayo de 1970 (tal y como se explica en su título), realizada en condiciones un poco diferentes. Bueno, en lo material es como pasar del cine comercial español, de factura de serie B, directamente al cine underground.

El santanderino Paulino Viota es director y profesor de cine. Siendo muy joven, debuta con tres cortometrajes en Súper 8, Las Ferias (1966), José Luis (1966) y Tiempo de busca (1967). Menos el primero, que es un documental sobre la vida en el verano de la ciudad, el resto son historias de ficción, filmadas al modo del cine oficial, con diálogos y encuadres, pero en este insólito formato. Viota quería ser un director de cine profesional, apasionado desde niño por la pantalla, pero sus intenciones iban por un camino muy diferente de las de la mayoría de cineastas de la época. Sí había una voluntad de aplicar la técnica cinematográfica, pero en el contenido las distancias eran grandes. Viota narra ficción, pero con trazo de realidad: el paso del tiempo en las relaciones de los personajes, en su modo de moverse e interactuar con los objetos y las ideas. No interrumpir ese decurso con “trampas” para divertir, intrigar o entretener al espectador: solo mostrarle situaciones de la vida corriente mediante el cine. Lo contrario que hace el cine en la mayoría de los casos, o el cine que estamos acostumbrados a ver. El sonido directo, los planos secuencia de gente haciendo algo o no. Ir a la raíz de los hechos que se filman, sin deformar por la narrativa ni por el montaje posterior. Cinema verité, muy influido por directores como Yasujiro Ozu. Esa posición es la más difícil que un artista podía adoptar en el mundo del cine español. Lógicamente, la apuesta estaba perdida de antemano para con el público, pero también la relación de Viota con la industria, por no hablar de las autoridades políticas. 

Contactos es la prueba de este cine radical, comprometido y sin concesiones. Es también un producto indie desde su creación, puesto que Viota lo realiza con el dinero que le da su madre, sin permiso alguno de las entidades correspondientes. En España, uno no podía filmar una película que se considerase como tal sin tener el carnet de director de cine, una productora que la avalase, y la aprobación de varios organismos públicos. Por eso, tras el estreno y una breve pero intensa difusión en cineclubs y prensa especializada, hubo de enfrentarse a la justicia, que ordenó la confiscación de los negativos y así permaneció, muchos años, hasta su restauración y varios ciclos temáticos en torno a tan fascinante creador. Desde 2013, está disponible un “cofre” de cuatro DVDs, con todas sus películas, cortos y varios documentales en torno a su obra

Viota planificó la historia de la siguiente manera. Los dos guionistas, Santos Zunzunegui, Víctor Vega y el propio director la escribieron por separado, cada uno en una ciudad. Al final, se decidió a rodarla en Madrid, en la primavera de ese 1970, en dos semanas, con un más que reducido equipo técnico y artístico. Sobre el argumento no hay mucho que decir: una chica llega a la ciudad y alquila un cuarto en una pensión del barrio de Chamberí. Allí vive también el otro protagonista, que trabaja de camarero en un restaurante y le facilita a la recién llegada un puesto en el mismo local. Los dos inician una relación, a escondidas de la dueña de la casa. Pero además, el joven tiene una doble vida, relacionada con la militancia antifranquista. Es visitado y se reúne con otros amigos para recabar notas, libros, paquetes y concertar distintas actividades, que suponemos clandestinas. Aparte, los protagonistas establecen relaciones sexuales con otras personas, que puede que las busquen en los anuncios de prensa de contactos, algunas por dinero –la muchacha– y por evasión –el muchacho-.

Poco más. Esta sinopsis se entrevé en las imágenes, puesto que no hay explicación ni modelo narrativo. Solo los planos secuencia del interior del restaurante (ese recurso clásico de la puerta batiente de la cocina, que aquí, en lugar de ser un motivo para el gag cómico, se revela como un símbolo funesto de la rueda del trabajo alienado y mecánico), los de la pensión, que se filma desde dentro y fuera, y sirve para explicar, con los silencios, el recorrido por las paredes y lo que no aparece en plano, la situación de aislamiento y presión insoportable de estos personajes, condenados a vivir encerrados, moverse y actuar como autómatas. El mobiliario, en el que parecen estar plastificados los protagonistas, de sillas, camas de madera “estilo castellano” de los pisos antiguos, le dan un aspecto de bodegón triste, como los cuadros que decoran las paredes. Un cuadro dentro de otro cuadro. El exterior, reducido a dos calles, se revela como una pista de pruebas y cruce de consignas, amenazas y ocultamiento. 

Los diálogos son forzados, quizá resultado de la producción tan pobre, pero sirve como refuerzo de la situación anímica de estos personajes, que no pueden decir lo que piensan de forma abierta y me recuerda mucho a cómo se manejaban los actores y actrices en la ópera primera de Lars Von Trier, Europa, donde también había un ambiente de conspiración y silencio, pero de otro signo político. Sin embargo, las palabras que utilizan son muy claras: son hijos e hijas del agobio, la pobreza, la explotación laboral, sentimental y política. Ella lo sufre de forma doble; él apenas vislumbra esa penosa situación a la que está sometida la chica, aunque él está a su vez divido por el ansia de escapar de todo y el duro compromiso político, con la amenaza constante de ser descubierto. El momento ¿final?, con la entrada en la pensión de los dos “amigos”, que podrían ser “secretas” de la BPS, y ese plano de él mirando de reojo, rápidamente, a la cámara, resume un momento histórico de paranoia, incomunicación, y tremenda, absoluta, infelicidad.

Ver Contactos, y el resto de la obra de Paulino Viota, es necesario, porque tiene ese deslumbramiento, la capacidad de ser arrebatada por un cine que exige la cabeza y todos los sentidos, que te devuelve a lo que es en sí (la re-velación o des-velaciòn), más allá de los productos de entretenimiento, y hay en él una implicación social y política, un “hacer algo” cuando no se podía hacer nada, luchar cuando todo va en contra. Muy pocos pueden decir lo mismo.