Madriz / Pantalla 12 de September 2018 Tweet · Share

La mansión de la niebla

Cerramos el verano en la Pantalla con nuestro género favorito: el fantaterror, por lo difícil, y tratándose de España, por lo escaso. Esta película es un ejemplo de las dos cosas. Qué mejor manera que desafiar comportamientos y vestimentas de espanto con una de monstruos de mentira y niebla muy artificial

Las coproducciones hispano-italianas realizaron cantidad de películas de género, para solaz de los espectadores, que así pudieron disfrutar de espías, aventuras exóticas, westerns… y terror. La mansión de la niebla es una película de aquel momento, financiada por la empresa Tritone Cinematografica y la distribuidora Mundial Films. Fue la primera y única película de “miedo” que firmó Francisco Lara Polop, además de ser su debut como director, aunque ya tuviese amplia experiencia en el oficio, como guionista y asistente de producción, muy celebrada en su trabajo con Paul Naschy. La carrera del director valenciano es una sucesión de títulos en el género de la exploitation y la comedia de destape (Secretos de alcoba, Climax, Perversión, Historia de S…), sin olvidar aquella locura de 1978, Asalto al castillo de La Moncloa, un “celuloide rancio”, que le puso diálogos nuevos -y chistes coyunturales a cargo de Tip y Coll- a un drama exótico (de nuevo, coproducción con Italia), titulado Los amantes del desierto (1957), con Ricardo Montalbán y Carmen Sevilla, que sin necesidad de ponerle doblaje de risa ya era un despiporre, por los decorados fastuosos, la cantidad de extras, los exteriores en El Cairo y por ver a José Guardiola haciendo de jeque malvadísimo…, eso por no hablar del lío que se organizó durante su rodaje. Los fans del canal Somos la descubrimos hace poco y de vez en cuando volvemos a ella:

De La mansión de la niebla (titulada en el mercado europeo con nombres tan imponentes como Maniac Mansion y Quando Marta urló nella tumba) dicen algunos expertos que podría haberla codirigido el mismísimo Pedro Lazaga, pero no puedo confirmar este punto. Lo que sí sabemos es que el guion lo firma Luis Gossé de Blain, popularísimo escritor de cine y folletines para la radio, además de director de doblaje y responsable del no menos conocido consultorio Mr. Belvedere en la mítica y tristemente desaparecida revista Fotogramas estos días. Es cierto que se nota la influencia del guionista, porque bajo el ambiente terrorífico lo que hay es una trama de suspense y crimen, que era su especialidad. Lástima, porque con la estupenda ambientación y puesta en escena se podría haber desarrollado una historia de corte fantasmagórico, lo que la hubiese convertido en una absoluta maravilla.

El argumento lo hemos visto en muchas historias detectivescas, pero esta vez con un fondo muy bien hecho de terror, bajo la influencia de las películas inglesas de la productora Hammer y el giallo italiano: son perfectos los ambientes de claroscuros, rojos sangrientos y derivas psicopáticas que emprenden los protagonistas. Mejor dicho, la protagonista, Analía Gadé, que se apodera de la acción y la pantalla en la segunda mitad de la película. La heredera de una fortuna que ha vivido una extraña relación con los hombres, empezando por un padre peculiar, a quien da vida Jorge Rigaud (siempre inquietante cuando hacía papeles de malo), y siguiendo con el marido (interpretado por un habitual del género, Alberto Dalbes). La primera parte, sin embargo, nos invitaba a otro tipo de historia: tras un viaje lleno de percances, con duelos en la carretera de Barcelona entre una Triumph y un Mustang, accidentes y visiones fantasmagóricas, un grupo de personas, sin aparente relación, se pierde en la niebla. De manera muy oportuna, el periplo culmina a las puertas de un cementerio abandonado, justo al lado de una siniestra mansión.

Allí les acogerá la dueña durante la noche. La mujer -que debe su aspecto inquietante al físico de la actriz italiana Ida Galli (AKA Evelyn Stewart), tesoro del cine de una época- les cuenta la historia de la casa y su familia, los Clinton (sí, los Clinton), quienes arrastran un penoso estigma de vampirisimo y muertos vivientes, incluido retrato espantoso de la matriarca presidiendo el salón. Por la noche, alguno de los personajes es asesinado, mientras otros se adentran en los misterios de la casa… y al final se descubre la intriga, que no es otra que el clásico montaje para trastornar a la rica heredera, con fines crematísticos. Pero aparte de la mascarada, lo que nos fascina es el aspecto formal. El ambiente de casa diabólica está recreado en cada detalle, gracias al montaje de Mercedes Alonso y la puesta en escena, realizada en los estudios Roma de Madrid, por el decorador Jaime Pérez Cubero y el atrezzo de Ricardo Mengibar. El equipo consiguió transformar una casa de campo de Aranjuez en una inquietante mansión centroeuropea decorada con magníficos espejos, suntuosas cortinas y papeles pintados, además del gran acierto de la fotografía, a cargo del veterano Guglielmo Mancori. Todo ello sin mencionar la banda sonora, compuesta por el maestro de la música electrónica Marcello Giombini. Nos sorprende, por lo poco habitual, la colección de cuadros con simbología ocultista: entre ellas, fragmentos del Jardín de las Delicias, carteles decimonónicos de misas negras o una peculiar reproducción de la carta del tarot de Austin Osman Spare inspirada por Papus.

Como decía, según la acción va cerrándose en torno al personaje de Analía Gadé, las maniobras paranormales decaen. El flashback de su juventud, en el que explican algunas razones del comportamiento de su personaje y los traumas acumulados, no tiene demasiado interés, salvo por la localización, ya que podemos ver el Palacio de Osuna del Parque del Capricho engalanado para la fiesta. Aparte del complot para enajenar a la protagonista, la película sugiere varios temas como el incesto, el lesbianismo y la violencia de género, pero solo de forma superficial y como para cubrir cierto cupo de morbo o destape que pudiese pasar la censura. La película, no obstante, es impecable en la realización y nos ofrece un panorama muy divertido de la moda y los colores que se llevaban a principios de los setenta, aparte de los trabajos de un joven Andrés Resino, Eduardo Fajardo, Yelena Samarina y una pequeña aparición de Ingrid Garbo. Si, como dice el personaje de Analia Gadé al llegar al cementerio, “Tengo la impresión de estar en otro planeta, con caminos que desaparecen y otros que surgen”, a partir de la aparición de la pareja fantasmal, la película hubiese continuado con un argumento en la línea de “El carnaval de las almas”, estaríamos ante un superclásico. Pero aun así, merece la pena esta mansión madrileña impregnada de hielo seco.