Madriz / Pantalla 19 de April 2016 por Grace Morales Tweet · Share

Las pioneras. Directoras de cine adelantadas a su tiempo (I)

No aparecen en los ciclos de cine. Apenas unas líneas en los diccionarios especializados, estas mujeres que dirigieron películas entre los años veinte y cincuenta merecen un espacio que les sigue siendo negado.

Nos podemos felicitar por este consenso. A la historiografía le ha dado lo mismo la posición política de las primeras directoras del cine español. Todas, sin ninguna distinción, han sido excluidas e ignoradas por el criterio analítico. Tanto si se trata de escribir sobre cine sobre Madrid o repasar el cine folclórico, musical o estético, nadie acudirá a ellas.

Ana Mariscal: 50 años de teatro

Sólo un nombre ha conseguido saltar el negacionismo de la existencia de directoras de cine antes de los años 80. La madrileña Ana Mariscal fue la única que en vida tuvo reconocimiento por su trabajo. Tras décadas de desprecio de las instituciones culturales por su afinidad con la dictadura franquista, alguna de sus películas ha sido recuperada. Pero su biografía poco tiene que ver con la de una artista apesebrada en un régimen político. Fue una mujer de gran personalidad, atravesada de contradicciones ideológicas, en lucha constante con una sociedad que no toleraba a las mujeres que querían pensar y crecer por sí mismas, y escogió la vía sentimental en su trabajo como actriz, directora y docente, antes que la lucha y la militancia para sobrevivir.

Ana María Rodríguez Arroyo (1921-1995) estudiaba matemáticas en la universidad, pero el cine la reclamó por su presencia y su voz. El actor era en realidad su hermano mayor, Luis Arroyo. El propio Federico García-Lorca la animó a participar en el grupo de teatro Anfistora, que dirigían él y Pura Maórtua de Ucelay. Con su hermano debutó en el cine en una coproducción de época, El último húsar, dirigida por Luis Marquina (1940). Los dos volvieron a trabajar juntos en el delirio nacional Raza, de Sáenz de Heredia (1941). Gracias al éxito de esta disparatada producción, Mariscal se convirtió en una de las actrices más populares del cine de los cuarenta, siempre en papeles adustos, antagonistas y de mayor edad que la suya. Siempre buscó nuevos desafíos. Trabajó durante años en teatro, primero en la compañía de Luis Escobar, después en la suya propia, provocando el escándalo al protagonizar un Don Juan en el 45. A comienzo de los cincuenta, y urgida por la crisis de la posguerra, formó con su marido, el fotógrafo Valentín Javier, la productora Bosco Films. Segundo López, Aventurero (1952, basado en la novela de Leocadio Mejías) retrata con espléndida fotografía y el ángulo del neorrealismo el Madrid miserable de las pensiones baratas, los edificios derruidos y un grupo de personajes bienintencionados. La película fue un fracaso de taquilla. Mariscal lo intentó de nuevo en 1957. Con la vida hicieron fuego es una adaptación de la novela falangista de J.E. Casariego, un folletín que la versión de Mariscal mostraba, consciente o no, los costurones de aquella ideología sobre los valores eternos del español y sus relaciones con la naturaleza y la mujer. Fue otro fracaso. Mariscal cambió de género, buscando conectar con el público: hizo comedia en La quiniela (1960), thriller internacional en Occidente y sabotaje (1962), españolada musical en Feria de Sevilla (1962) y Vestida de novia (1966), pero los resultados siempre fueron muy discretos. Su adaptación de Delibes, El camino (1963) es una gran película, con interpretaciones maravillosas:

Helena Cortesina. La niña de fuego

La valenciana Helena Cortesina (1904-1984) fue la primera mujer que dirigió una película en España. Era bailarina de ballet, pero pronto lo abandonó por la revista, donde se hizo muy popular. Fue una mujer arriesgada, que no dudó en desnudarse en el teatro.

Tras haber participado como actriz en varias producciones de Julio Buchs, el director del cine mudo madrileño más taquillero y su gran éxito como Elvira Montes en La Inaccesible (1920), decidió montar su propia productora, Cortesina Films y estrenó en 1923, dos años después del rodaje, Flor de España (La leyenda de un torero), con guion de un sacerdote que firmaba con el seudónimo José María Granada. Durante años, la película se atribuyó a Granada. Los críticos más condescendientes, eso sí, incluían a los dos como autores, aduciendo que el realizador era Granada, pero que como no pudo hacerse cargo de la realización por problemas con la iglesia, esta recayó “por casualidad” en Cortesina. La película tenía su propio libreto musical, escrito expresamente para ella por el maestro Mario Bretón (hijo del popular compositor de zarzuelas). Tuvo gran taquilla esta españolada de toreros y bailarinas, en la que Cortesina daba un giro feminista a los tópicos de la relación hombre-mujer. Pero el desprecio de la crítica y las pocas facilidades para la distribución la devolvieron al teatro, esta vez como actriz dramática. Poco antes de la Guerra Civil, emigró a Buenos Aires, donde desempeñó varios papeles, por ejemplo, en La niña de fuego (1952) y A sangre fría (1947), las dos de Luis Saslavsky. Posteriormente trabajó en México, donde se casó con el escenógrafo Manuel Fontanals, también exiliado. Este es un fragmento de Bodas de Sangre (E. Guibourg, 1938):

Musidora. La décima musa

Jeanne Roques nació en París en 1889: su padre era compositor; su madre, activista del feminismo. Se hizo mundialmente famosa gracias al cine y sus papeles en las cintas seriadas de Louis Feuillade, el autor del primer Fantômas (1913), con Les Vampires (1915), donde encarnaba a Irma Vep, la jefa de una banda de forajidos que cometían sus delitos vestidos de supervillanos y con ciertos poderes de hipnotismo. Irma lucía capa y unas atrevidísimas mallas de seda negra. En la serie Judex (1916), también de Feuillade, era Diana Monti, la mala a quien combatía el superhéroe enmascarado. Jeanne adoptó como nombre artístico el de un personaje de Gautier, la muerta enamorada de Fortunio: Musidora. Fue la vamp europea más popular de su tiempo, conocida y respetada por su talento como actriz, bailarina y directora. Adaptó y dirigió para el cine varias obras de su amiga Colette, como Minnie (1916) y La flamme cachée (1918). La historia la recuerda por haber sido la musa de los surrealistas: les hizo gracia la serie de Los Vampiros y escribieron numerosos poemas en su honor, especialmente André Breton.

Con su productora de cine, Musidora llegó a Madrid en 1920 para rodar una película. Se había echado un novio español: el cordobés Antonio Cañero, de quien dice Google que fue el primer rejoneador de la historia moderna del toreo y una celebridad de la época. La pareja protagonizó dos de las tres películas dirigidas por Musidora. La primera, La capitana alegría (1920) es una adaptación de la novela de Pierre Benoit Don Carlos, una fantasía ambientada en las guerras carlistas, donde Musidora da vida a la guerrillera Alegría Detchard. Fue rodada en Hondarribia con dinero vasco, lo que además la convierte en la primera película de ficción realizada en Euskadi. Tuvo una gran recepción en el estreno, y Musidora bailó y cantó antes y después de la película, entre otras, “El perro de San Roque”, que practicaba para quitarse el acento francés. Luego vendrían Sol y sombra (1922, rodada en Toledo, pero decorada como si fuese Sevilla) y La tierra de los toros (1923, medio documental, esta vez, sí, rodado en Sevilla y Córdoba). En cuatro años, El rejoneador se fue con una aristócrata rusa antes de casarse con una señorita española y Musidora volvió a París, para volcarse en la Academia del Cine. El pintor Julio Romero de Torres, que no pudo pintar a Raquel Meller, la inmortalizó en uno de sus cuadros más bellos.