Madriz / Pantalla 19 de February 2016 por Grace Morales Tweet · Share

Raquel Meller, reina del cine y el cuplé

La Pantalla rinde homenaje a una de las artistas más importantes del espectáculo español, la cantante y actriz Raquel Meller.

Las cupletistas, a diferencia de las actrices de teatro, vieron una gran oportunidad en el cine. Para las “cómicas” era muy arriesgado renunciar a su trabajo dentro de una compañía para acudir a una producción de la nueva industria. Las cupletistas, sin embargo, acostumbradas a malvivir de las variedades y a depender de sí mismas, recibieron las películas con entusiasmo. Cancionetistas y bailarinas, se hicieron habituales del cine mudo: La Manón, La Bella Chelito o Amalia Molina desfilaron por producciones de Benito Perojo. Por encima de todas, una se convirtió en estrella internacional, adorada en medio mundo: Raquel Meller.

No era una divette como las demás. En general, la cupletista solía ser una mujer opulenta que gustaba al público por su desparpajo y picardía. La Meller era una belleza pequeña y menuda, dotada de una voz inconfundible, no muy potente, pero de enorme personalidad. Nacida en Tarazona en 1888 dentro de una familia pobre que emigró a Barcelona, comenzó de niña a trabajar como modistilla, pero enseguida se subió a las tablas y desde su debut en 1911, arrasó en los teatros del Paralelo y del centro de Madrid. ¿Qué la diferenciaba? El estilo. En lugar de adoptar un sobrenombre como el resto (“La Argentinita”, “La Goyita”…), Francisca Martos eligió ponerse nombre y apellido evocador, con algo de misterio: “Raquel Meller”. Aunque cantó y se desvistió en clásicos como “La pulga”, la Meller se fue alejando del estereotipo cómico y picante y entró de lleno en el melodrama con una puesta en escena muy cuidada. Fue la primera cantante popular en aparecer vestida de negro e iluminada con un único foco, sin lentejuelas ni plumas. Ella renovó el repertorio del género (en sus más de cuatrocientas canciones grabadas). El cuplé español era entonces una mezcla degradada de estilos, pero ella conocía el couplet francés escrito por compositores “serios”, y decidió contratar a Enrique Granados, el compositor y pianista, experto en canciones tradicionales. Así pudo incorporar antiguas canciones con poemas muy elaborados, lo que abrió el camino para otros (Concha Piquer y los maestros León y Quiroga).

Su gran hit “El relicario” vendió más de 100.000 discos en 1920, solo en Francia. Como muchas otras canciones, no fue compuesta para ella, pero fue en su versión cuando se convirtió en un himno, que ella interpretaba como una mater dolorosa, aunque a la Meller no le gustaban los toros ni lo de hacer parejas entre tonadilleras y toreros. Lo suyo fueron los poetas “despeinados”, aficionados al ajenjo. Su matrimonio con el poeta y periodista Enrique Gómez Carrillo duró apenas cuatro años, tras descubrir que el escritor tarambana le estaba robando su fortuna, además de hacer circular bulos falsos, como que la pareja fue quien delató a la espía Mata Hari a los franceses.

Más popular si cabe se hizo “La Violetera”, también del maestro Padilla, una canción de fama internacional que triunfó gracias a su interpretación, vestida como una pobre vendedora de flores que cantaba entre lágrimas su triste historia. El bullicioso público del Trianon (luego Teatro Alcázar), lejos de reírse, ovacionó la actuación durante minutos. Ninguna cantante de “género ínfimo” había llorado en un escenario.

Triunfó de manera apabullante en Londres y París. Luego giró por Sudamérica y en 1926 fue la estrella del Metropolitan de Nueva York. En Los Ángeles conoció a Rodolfo Valentino, Pola Negri y Charlie Chaplin, quien le propuso ser la chica de “Luces de ciudad”, pero la Meller no tenía tiempo para trabajar en Estados Unidos, así como tampoco pudo ser Josefina Bonaparte en un proyecto de Chaplin sobre Napoleón que nunca se llegó a realizar. Pese a todo, la música de “La Violetera” suena en la película (eso sí, sin mencionar al maestro Padilla, lo que terminó en un juicio que ganó el compositor).

Como actriz, fue la protagonista de una serie de melodramas desde el comienzo de su carrera. Debutó en 1920 con una producción española, “Los arlequines de seda y oro”, y después las películas fueron rodadas en Francia: “Rosa de Flandes” (1922), “Violetas imperiales” (1924), “La tierra prometida” (1925), “Ronda de noche” (1926), “Carmen” (1927) y “La venenosa” (1928). Solo participó en un corto musical de la Fox, “Flor del Mal”, en el 27, que ya era sonoro, por lo que ella y Concha Piquer se han disputado el honor de ser las primeras actrices españolas en una película con banda sonora. Todos los papeles que interpretó eran tópicos: gitana, reina (Eugenia de Montijo), folclórica novia de torero, la propia heroína de Mérimée… En 1932 filmó la versión sonora de “Violetas Imperales”, del mismo director. Podía haber tenido una carrera mucho más fructífera en el cine, pero estaba cansada de hacer siempre los mismos papeles, y rechazó muchas ofertas.

Sus biógrafos hacen hincapié en su fuerte carácter, hosco y caprichoso, de diva intratable, que no hizo demasiadas amistades, ni dentro ni fuera de la profesión. Una mujer famosa y tan rica (llegó a comprarse un pequeño castillo en Versalles, pero dilapidó todo su dinero), tuvo enemigos en todas partes, especialmente en las tribunas de los medios de comunicación. La acusaron de beata por sus convicciones religiosas, y fue muy criticada por despreciar a la aristocracia, a las otras divas del teatro y la canción y a la intelectualidad de su tiempo. Incluso se reían de ella por su gran afición a las mascotas...

Su estrella se apagó con la Guerra Civil. Estuvo en Argentina durante la contienda y cuando volvió, encontró un país que no conocía y que se había olvidado de ella. Salvo algunas apariciones esporádicas, dentro de un penoso show de los Vieneses de Artur Kaps, y sobre todo, cuando Sara Montiel se hizo inmensamente popular con su Violetera (en una versión estupenda, pero muy lejos de la intensidad dramática de la Meller), se encerró en su casa de Barcelona. Murió el 26 de julio del 62. Ese mismo día, permitió que algunos fotógrafos entraran en la habitación del hospital. Para su última actuación, se maquilló y posó con su legendario pelo a lo garçon.

“Es la máscara de la tragedia”, dijo de ella Cecil B. de Mille.